Justo acababa de ponerme las zapatillas cuando sonó el teléfono. No hacía falta que mirara la pantalla. Sólo una persona podía tener semejante don de la oportunidad. Aún así, le dí con el dedo a aquel engendro del diablo, con la mejor cara de resignación que pude poner. Al otro lado sonó

–  ¡Coño, Don Eli! ¡Dichosos los oídos!

Iba a soltar un exabrupto, pero este barbián tiene, como todos los pesados, una especial habilidad para ensartar una frase con otra, de modo que es casi imposible meter baza.

–  ¿Sabe usted a quién le dieron en Madrid Fusión el segundo premio como Cocinero Revelación? Sí, hombre, a Diego Fernández, un discípulo de su adorado Nacho Manzano. Y ¿sabe qué? Tiene restaurante cerca de donde su esposa y usted están pasando esta temporada, así que hemos pensado que se podían ir esta noche a cenar y luego nos escribía algo, que ya va siendo hora de que se estire usted. El sitio se llama Regueiro y está en Tox, entre Navia y Luarca. Vamos, a un paso.

Aproveché que parecía que iba a tomar aire y conseguí balbucear

–  Ya, hombre, pero ¿sabes? mi mujer ha dicho que está un poco cansada y hace una noche de perros. Además, sin reserva… seguro que están completos.

–  Nada, Don Eli, no se preocupe. Antes de llamarle he hablado con su santa esposa y me ha dicho que estaría encantada, así que me he tomado la molestia de reservarles una mesa para las diez y cuarto. Por supuesto también he dejado dicho que la factura nos la pasen a nosotros, así que se puede pegar usted un gañote importante. Eso sí, le rogaría que no me hiciera como la última vez y no me pida lo más caro, ni se beba todos los grandes reservas de la bodega. Venga, Don Eli, ya me contará, disfrute y póngame a los pies de su esposa ¡qué gran mujer!

Y colgó sin permitirme siquiera insultarle.

Con la blasfemia todavía entre los dientes, miré hacia mi beatífica esposa que me contemplaba con una media sonrisa que quería ser inocente y me di cuenta de lo cerca que siempre tenemos al enemigo. También aproveché para avergonzarme de mi capacidad como profesor, teniendo en cuenta que el mendrugo que me acababa de hacer el embarque había sido alumno mío y, a pesar de ello, había quedado completamente sin desasnar.

Me ahorraré las vicisitudes del viaje, aunque sí resaltaré la enorme amabilidad de un joven de la localidad que, viéndonos perdidos en noche oscura y lluviosa, cogió su coche y nos hizo de lazarillo hasta la puerta misma del restaurante. Sólo por estar ubicado en un lugar donde la amabilidad es de ese calibre, merece la pena ir hasta allí.

Vayamos pues con Regueiro. No les dejo más indicaciones sobre cómo llegar porque seguro que estos modernos del Internet les ponen un mapa de esos con coordenadas y no se cuantas cosas más.

El restaurante está en un pequeño hotel y el comedor está presidido por una confortable chimenea que se agradece en una noche como la que me colocó mi querido editor al que el diablo confunda.

En cuanto al servicio de sala, compuesto por dos señoritas apoyadas por el ayudante de cocina, lo mejor que se puede decir de él es que nos sentimos perfectamente atendidos sin que nos dieran la paliza.

Por otra parte, debo constatar que a mi santa esposa no le gustó la vajilla usada porque sigue esa tendencia actual de platos o pseudo platos, algunas veces más propios de los grandes inventos del TBO del Doctor Franz de Copenhague, y que adquieren un exceso de protagonismo sobre lo realmente importante que es el contenido. Y yo, si lo dice ella, nada que tengo que añadir, que tampoco soy un suicida.

Si diré, por lo que a mi respecta, que también se sigue en Regueiro esa tendencia actual a los panes imposibles o de sabores extraños que poco aportan a un menú que no necesita dichos aditamentos. Nos sirvieron un pan de maíz y pipas, excesivamente ligero para ser, como dice, de maíz y otro de aceitunas, mejor para mi gusto, pero que te mete el sabor a aceituna a lo largo de toda la cena, sin casar para nada con el resto de sabores.

En una tierra como ésta donde está Regueiro, todavía se encuentran buenos panes artesanos que incluyen harinas tradicionales como la escanda asturiana o la gallega de trigo callobre que tienen un valor fundamental: saben a pan.

Pero, bueno, pijeríos aparte, hay que decir desde ya que en Regueiro se come muy bien. Y se come muy bien porque hay en todo el menú (al menos el que nosotros elegimos) una mezcla de atrevimiento y sensatez, en constante equilibrio, que no es fácil de conseguir.

Aparte de buena escuela, que sin duda Diego Fernández la tiene a través de los fogones de Nacho Manzano, hay en esa carta salsas y mezclas de elementos que son enormemente complejas pero que, aún teniendo personalidad propia, consiguen lo más importante: el respeto por el sabor de las materias primas. Así, los oricios siguen sabiendo a oricios y las lapas siguen sabiendo a lapas.

Hay en esa cocina, como digo en el título, una alquimia sensata que sigue la tendencia actual de fusiones hacia lo oriental pero que no se vuelve loca hasta conseguir que todo sepa a garam masala o a cilantro.

Esto último, por cierto, para gran disgusto de mi santa esposa que preside la Liga Anticilantro, aunque luego, como sabe que me gusta, me cultiva unas macetitas.

Espléndidas las croquetas, prácticamente líquidas, que deben dar un buen trabajo al liarlas y arriesgado en su sencillez un lenguado quizás con un exceso de tersura, aunque con buen sabor.

Para el final, una crema de arroz con leche, con la leche de casa, según el ayudante de cocina, que casi nos hizo saltar las lágrimas. Los hemos comido buenos, muy buenos y excelentes. Éste es de los mejores.

Y poco más porque a mí de precio me salió muy apañada la cena, habida cuenta de que iba a cargo del pagafantas de mi editor, que es para lo único que sirve. En cualquier caso, miré la factura y les puedo asegurar que el montante era lo suficientemente razonable como para aconsejar venir hasta Tox, parroquia de Villapedre, concejo de Navia, en el extraordinario Occidente de Asturias, y hacerle una visita a Diego y su equipo. Como digo siempre que aconsejo algo, me lo van ustedes a agradecer y, si no me lo agradecen, bastante me va a importar.

Don Eliseo