iglesias garzon

He seguido estos días con mucho interés las entrevistas concedidas por Pablo Iglesias tras su elección como Secretario General de Podemos y lo primero que tengo que decir es que sorprende el nivel de precisión que, a veces, se exige y que en algunos casos llega al ridículo.

En ese sentido me parece fuera de lugar que a una formación que acaba de nacer, que apenas ha podido esbozar unos principios básicos alcanzados tras un proceso de participación, desconocido hasta ahora en nuestro país, y que acaba de iniciar su articulación orgánica, se le llegue a exigir precisión matemática sobre un programa que aún debe nacer tras un nuevo proceso participativo. Sorprende, así, escuchar a una reputada periodista como es Ana Pastor preguntar al recién elegido Secretario General cuántos días por año de antigüedad van a establecer para la indemnización por despido. También sorprende, es verdad, que Iglesias no responda inmediatamente “no lo sé” y explique las lógicas razones de esa ignorancia.

Pero, precisiones al margen, hay algo que se trasluce del discurso de Pablo Iglesias y que sería bueno, a mi juicio, que Podemos vaya despejando con una mayor claridad. Se trata de dos aspectos que, quizás, sean las dos caras de una misma moneda. Por un lado, ese afán que parece demostrar por una transversalidad o centralidad de la formación y, por otro, el discurso económico que se adivina en sus intervenciones.

El primer aspecto tiene que ver con algo que a mi me resulta preocupante y que no es otra cosa que la supuesta superación de la dialéctica izquierda-derecha. Superación que, por cierto, sorprende más en personas de sólida formación teórica y cuyos antecedentes recientes se ubican en posiciones claramente de izquierdas.

No se puede negar que, en los tiempos actuales, dominados por la desigualdad y el empobrecimiento progresivo de las clases medias, es necesario hacer más amplio el contenido de esa dialéctica para recoger nuevos fenómenos sociales, pero, a mi juicio, la formación de nuevas mayorías que sean de carácter transversal no puede basarse en amalgamar colectivos con presupuestos ideológicos imprecisos. Entiendo que cuando se diluyen los principios ideológicos hasta convertirlos en irrelevantes, lo único que obtenemos es la supremacía absoluta de la estrategia, algo que hemos visto con demasiada frecuencia en las formaciones políticas a las que se dice combatir.

La consecución de nuevas mayorías ha de hacerse mediante acuerdos entre formaciones de clara identidad ideológica

Por eso creo que la consecución de esas nuevas mayorías de amplio espectro se ha de lograr mediante acuerdos, previos o posteriores a los procesos electorales, entre formaciones con una clara identidad ideológica que las haga reconocibles para que, de ese modo, los ciudadanos tengan la oportunidad de una elección precisa. Formaciones que, por supuesto, habrán de tener una estructura democrática y un funcionamiento abierto.

Por otro lado, en cuanto a los pronunciamientos económicos del nuevo partido, no me cabe duda de que alcanzarán una mayor precisión, incluso ideológica, de la mano de Vicenç Navarro y Juan Torres López, pero noto en el discurso de Iglesias una especie de aceptación automática de ciertos principios que son inherentes a este capitalismo convertido en pensamiento único, sin incorporar elementos de corrección básicos como la necesidad de tender al crecimiento estacionario o que el reparto del bien escaso que conocemos como empleo pueda hacerse con cargo a beneficios y no sobre el empobrecimiento de la masa trabajadora.

tsiprasSi hablamos exclusivamente de la necesidad de políticas expansivas como medio de superación de la crisis y lo apoyamos en razonamientos consumistas, nos dejamos en el camino una conformación distinta del reparto de la riqueza en una economía sostenible, respetuosa con el planeta, basada en principios de justicia y equidad y superadora del actual dogma que nos imponen. Repito que de la mano de Navarro y Torres (a los que es tan próximo Alberto Garzón) se puede esperar una clarificación pero, una vez más, la sensación es de predominio de lo estratégico frente a lo ideológico.

En cualquier caso, este país tiene ya una deuda con las movilizaciones populares que han alumbrado a Podemos y con quienes han tenido la inteligencia de articular y conducir hacia el campo político lo que sólo estaba en el mundo de los sentimientos.

El sólo hecho de haber obligado a las formaciones “tradicionales” a moverse, aunque sólo sea de manera nominal, hacia conceptos como transparencia, participación o elección directa, o la cara de susto que se le ha quedado a más de uno, son motivos sobrados para felicitarnos por la existencia de una nueva y potente formación política.

Nueva y potente. A las demás les queda, hoy por hoy, contemplar el fenómeno, a algunas el reto de conformar esas mayorías y a todas, lo que le decía Sergio Fajardo a Jordi Évole “No enredarse con los principios”.

Juan Santiago