El escándalo ante las prácticas mafiosas denunciadas por el alcalde de Calasparra recuerda mucho al capitán Renault de Casablanca

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¡Qué escándalo! ¡Qué escándalo! ¡He descubierto que aquí se juega!

Decía el capitán Renault, en Casablanca, mientras se embolsaba sus ganancias.

La secuencia ha quedado como prototipo de eso que ahora se conoce como postureo y que, en este caso, consiste en hacerse el ofendido ante conductas muy parecidas a las que, normalmente, uno mismo practica.

Por eso no he podido por menos que acordarme del cínico Renault –aquel del comienzo de una gran amistad con Humphrey Bogart al final de la película– cuando he escuchado a algunos miembros de la candidatura de Susana Díaz absolutamente escandalizados  después de que al alcalde de Calasparra se le calentara la boca en un acto de Pedro Sánchez y pidiera a la gestora del PSOE que dejara de llevar a cabo lo que él creía que eran prácticas mafiosas. O algo así.

No seré yo quien disculpe al señor alcalde el calentón dialéctico ni quien se atreva a calificar como prácticas mafiosas la no inclusión en el censo de unos determinados militantes –sólo faltaría–, pero me da la sensación de que hay mucho postureo nervioso estos días y que algunos, como estrategia electoral, se empeñan en mostrar una piel fina y delicada después de haber estado toda la mañana segando al sol.

Por ejemplo, hace apenas un mes, escuchamos al diputado Miguel Ángel Heredia, a la sazón Secretario General del Grupo Parlamentario Socialista en el Congreso, dedicar lindezas a dos diputadas de su grupo y mentir como un bellaco sobre el bochornoso Comité Federal de octubre. Que sepamos, a estas alturas, sigue ocupando su cargo sin que ninguno de los rasgadores de vestiduras actuales haya dicho esta boca es mía.

Hablemos de lo importante

Da igual. A ver si nos centramos y, en lugar de dedicarnos al fino postureo de inmaculada piel, nos ponemos a hablar de lo que de verdad se tiene que decidir en este proceso de primarias y en el Congreso de junio.

Sin ir más lejos, el modelo de partido que los militantes tienen que darse, si es que ello es posible.

Pero el modelo de verdad. El que se refleja en los estatutos y que es el que, finalmente, va a determinar si se cree o no en la militancia como un sujeto políticamente activo. El que fija el orden de los congresos, los métodos de elección de delegados y las intervenciones directas de los militantes. Porque eso y no la filosofía grandilocuente, es el modelo de partido.

Ante ello, hay ya quien dice que nada debe cambiar, al menos de momento, porque es cosa muy complicada. Además, ahora estamos muy liados y no será cuestión de que en un congreso reñido y que igual perdemos se vayan a aprobar unos estatutos que no nos vayan a convenir. Así que lo mejor es dejarlo para una conferencia de notables, que eso sí que se nos da bien. De paso, y de cara a la elección de delegados al Congreso, vamos a limitar la representación, bajamos de un plumazo el posible número de críticos y dejamos casi en el limbo  a las pequeñas agrupaciones locales que, total, para eso ya pesan poco en el cesto.

El comienzo de una gran amistad

Pero, ¡cuidado!

Ante todo esto, no se les vaya a ustedes a calentar la boca como le ha pasado al alcalde de Calasparra y acaben pronunciando expresiones que ofendan los castos y delicados oídos. No, ¡por favor! sean prudentes en sus juicios, no vaya a ser que descubran escandalizados que aquí se juega y, como le pasó a Rick, nos vayan a cerrar el chiringuito.

En serio, ¿sería posible bajar de las musas al teatro y decir con claridad lo que la gente necesita oír? ¿podrían dejar los teatrillos, las caras compungidas, los tantos por cientos y contar la realidad?

Vamos, digo yo. No vaya a ser que, al final, estén condenando a la gente, como a Bogart, a tener que comenzar una gran amistad.

Juan Santiago