Aprovechando el parón navideño, hemos abierto un período de reflexión en el que aún estamos. Llevamos casi un año, cien entradas, y creemos que nuestro sitio debe ir sufriendo cambios. Por lo que respecta a los cambios formales, estamos probando nuevos temas que nos den algo más de fuerza visual y, en cuanto a los contenidos, hemos pensado en abrirlos respetando, por supuesto, la línea en la que venimos moviéndonos. A la hora de hacer esa apertura, tenemos claro que sólo podemos hablar de aquello que nos interesa para no caer en la impostura, por eso, cuando hemos decidido abrir una nueva sección, lo hacemos en relación con algo que a todos nos apasiona. En este caso, la comida y la bebida. Tal vez parezca una frivolidad, pero nos gusta y con eso basta. Le hemos encargado la sección a Don Eliseo que está muy desocupado y que, aunque un poco senil, aún conserva dotes que en su día le hicieron famoso. Le pedimos un título para la sección y se ha empeñado en “Gastroadictos” que no es que nos guste mucho pero que es su elección. Qué le vamos a hacer. Esta es la primera entrega y nos tememos que las siguientes irán cuando a él le venga en gana. Dice que total, para lo que cobra… Ecos del Occidente

 

La mejor porra del mundo

SEGURAMENTE, EL CONTENIDO DE ESTE ARTÍCULO va a conseguir que se me tache de hereje en muchos sitios y, fundamentalmente, en Madrid.

Vaya por delante que he vivido treinta años en la capital y que soy porradicto desde hace muchos años. Tanto es así que llevo seis meses haciendo pruebas para conseguir en mi casa un producto que se acerque al que voy a comentar. Por cierto, diré que estoy muy cerca de conseguirlo y que lo que desayuno todos los domingos en mi mesa está casi al límite de lo que se puede conseguir en una cocina doméstica (en otro momento daré la receta).

Pero vayamos al título. Se que es muy osado entrar como elefante en cacharrería y soltar una afirmación así. También se que todos los aficionados al universo churro/porra tienen en su cabeza y en su paladar momentos inolvidables en los que han llegado a pensar que habían conocido la perfección, pero asumo el riesgo porque les puedo asegurar que, cuando probé las porras de las que hablo, sentí un fervor que sólo comparo al que debieron sentir las pastorcillas cuando se les apareció la Virgen.

El momento y el lugar eran absolutamente atípicos. Fue en Barbate (Cádiz). Nos encontrábamos mi santa esposa y yo pasando unos días de vacaciones cerca de allí. Yo ya había desayunado y me dirigía a comprar al mercado (aprovecho para decir que es uno de los mercados más vivos y encantadores que conozco) cuando, tras aparcar, vi la churrería ubicada al principio del paseo marítimo.

Las mejores porras del mundo se consagran junto al mar

Me resulta muy complicado ver una churrería y no acercarme aunque sólo sea a mirar y a aspirar el aroma, aunque, generalmente, hago algo más que eso y es difícil que no peque, así que me planté en el mostrador del quiosco y pedí un café y unos churros de los gordos. Mientras me los servían, no pude por menos que admirar la limpieza del establecimiento y lo perfectamente organizado que estaba, así como lo reluciente de la moderna maquinaria que depositaba suavemente la delicada masa de las porras en un aceite que parecía estar a perfecta temperatura, dado el tiempo que el churrero tardaba en voltearla. Ya se que admirar estas cosas puede parecer una auténtica perversión, pero, qué quieren que les diga, uno es como es.

Y entonces, llegó el momento. Me sirvieron las porras. Tomé una y, al morderla, fue cuando noté ese coro de querubines y ese olor a santidad que, sin duda, coincide con las apariciones marianas (de María, no de Mariano).

Ni que decir tiene que todos los días que duraron nuestras vacaciones acudí en peregrinación a aquel templo a rendir pleitesía a aquella masa divina, llevando conmigo a mi esposa con la que hice el oportuno proselitismo para que avalara la bondad del producto y la limpieza del establecimiento (esto es muy importante porque mi santa esposa es muy limpia).

Decir también que aproveché el tiempo para contactar con los hacedores del milagro y para tratar de obtener las claves de la maravilla (tipo de harina, porcentaje de hidratación, levadura si o no, temperatura del aceite, etc.) de tal forma que esas claves me permitieran hacer prácticas al respecto. Por cierto, los encargados de aquel tabernáculo eran personas absolutamente encantadoras y amables que, claro, me miraban como a un bicho raro procurando que no se les notara.

En fin, lo dicho. No exagero absolutamente nada. Se lo aseguro. Sólo espero que la próxima vez que vaya por allí, esté el quiosco en el mismo sitio para poder acercarme a sentir el milagro. Y ustedes, no lo duden. No tiene pérdida. Es donde la foto. Antes de que empiece el paseo marítimo se lo encontrarán si los dioses permiten que siga instalado. Vayan y sientan el fervor. Me lo van a agradecer.

Don Eliseo