El espíritu de la campaña de 1982 tiene que ser la referencia a la hora de plantear la cita con urnas del 28 de abril teniendo en cuenta las condiciones que ahora, como entonces, se dan.

El espíritu de 1982

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De cara a las próximas elecciones del mes de abril y vistos los datos que ofrecen tanto el CIS como el resto de los institutos demoscópicos privados, tengo la sensación de que la situación se parece bastante a la que se produjo en octubre de 1982 cuando el Partido Socialista obtuvo por primera vez la mayoría absoluta.

Por supuesto que es imposible equiparar situaciones separadas por casi treinta y siete años de historia de un país, pero, desde mi punto de vista, las diferencias, en líneas generales, no son tan grandes como mucha gente pueda pensar y creo que alguna que otra enseñanza se puede extraer.

Similitudes

Las similitudes empiezan por la composición parlamentaria. Hay quien cree que lo del bipartidismo ha existido siempre en esta etapa democrática, pero la realidad es que ese bipartidismo de alternancia se empieza a apuntar precisamente a partir del 82 pero, sobre todo, a partir de 1989 con la refundación del Partido Popular.

Así que si nos fijamos en el hemiciclo que sale de las elecciones del 79 y lo comparamos con el de este final de legislatura, veremos que no son, en realidad, tan distintos. Con un número parecido de partidos representados, la correlación de fuerzas por bloques es muy similar.

En 1979, hace ahora cuarenta años, se configuraban dos bloques separados por unos 30 escaños con un partido claramente hegemónico en cada uno de ellos (UCD y PSOE). Junto a esto se situaba un conjunto de partidos regionalistas o nacionalistas con posibilidad de apoyar a uno o a otro.

Algo parecido a lo que ocurre ahora. Dos bloques separados por una horquilla en este momento de unos quince escaños, con dos partidos hegemónicos (PP y PSOE) y otro grupo de partidos regionalistas y nacionalistas.

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Otras similitudes serían que el país estaba entonces y está ahora sufriendo las consecuencias derivadas de dos crisis económicas importantes o que, en ambos momentos,  los liderazgos de los partidos hegemónicos estuvieran cambiando o saliendo de crisis profundas. La caída de Suárez, el XXVIII Congreso del Partido Socialista, la caída y rehabilitación de Pedro Sánchez o el tránsito entre Rajoy y Casado.

La clave del salto

Bien, pues si las condiciones políticas y económicas pueden considerarse parecidas, tendríamos que determinar qué pasó en las elecciones de 1982 para que se pudiera desarrollar el enorme vuelco político que se produjo el 28 de octubre.

Y la clave está, sin duda, en la participación. En ese 80 por ciento del censo (79,97, para no mentir) que en 1982 acudió a las urnas dispuesto a propiciar un cambio. Ni más ni menos. Un doce y medio por ciento más de participación que en 1979 tuvo la culpa de que la derecha de este país diera paso a la mayoría absoluta de la izquierda. Eso y la concentración de voto por el cambio alrededor del Partido Socialista. No olvidemos que el PCE de Carrillo se dejó más de un millón de votos y diecinueve de sus veintitrés diputados de una a otra.

Curiosamente, partimos en estos momentos del mismo nivel de participación que hubo en 1979, apenas un punto de diferencia. Lo cual quiere decir que se trata  de ver cuáles pueden ser los mecanismos necesarios para mover a los votantes en la misma dirección que entonces. Para dar el mismo salto que entonces.

Liderazgo y campaña

Tendrán que ser los expertos en mercadotecnia electoral los que dictaminen, pero, para mí, dos fueron los elementos básicos de aquel vendaval que llevó a González a Moncloa con más de doscientos diputados: Un liderazgo consolidado a pesar del trauma del XXVIII Congreso y del abandono del marxismo y una campaña sencilla y luminosa. Una campaña en la que el PSOE gastó bastante menos que UCD y que AP a los que sacó 191 y 95 diputados, respectivamente.

Una campaña, esta de 1982, que fue calificada “como modélica en su diseño, inteligente en su estrategia y eficaz en su ejecución”. Así la describió nada menos que José Ignacio Wert. Ya saben, el de Lay, el ministro de Rajoy.

Una campaña que, en definitiva, atrajo a más de diez millones de personas a apostar por el cambio y la socialdemocracia. Una campaña con mensajes claros que hablaban de futuro y de cambio. Que separaba la nueva izquierda de la siempre vieja derecha. De esa derecha que, como dijo González en el mitin de cierre, “hace su discurso patriótico apoderándose del patrimonio común de todos los españoles.”

Seguro que les suena.

Juan Santiago