El fracaso de la izquierda en las elecciones del 26J se produce en un país atenazado por el miedo al cambio y como consecuencia de unas fuerzas políticas que no practican una auténtica autocrítica.
Que la izquierda ha fracasado en las elecciones del 26J es una verdad indiscutible. Ni asalto a la ciudadela ni sostenimiento del suelo. Ni sonrisas ni afirmaciones. La realidad pone a la izquierda española ante una derecha globalmente reforzada a la que se le perdonan todos los desmanes y todas las tropelías que se les puedan ocurrir y que, teóricamente, le deslegitiman a la hora de ejercer un poder realmente democrático.
Da igual. La prueba está en Valencia y en Madrid donde se acredita que es posible llevar a cabo un saqueo sistemático y ganar en votos y en escaños sin que la izquierda sea capaz de convencer a los ciudadanos de que no deben permitirlo.
Porque ese es, a mi juicio, el gran pecado de la izquierda: dejar que cunda el miedo a perder la miseria. Permitir que este país salga del proceso electoral con la imagen de ser un país acojonado en el que más vale lo malo conocido.
Me quedo asombrado ante presuntos líderes que comparecen en la noche electoral para no hacer ni un asomo de autocrítica ante el fiasco protagonizado. Veo a uno diciendo que no son los resultados que querían (¡sólo faltaría!) pero que el futuro y el destino les esperan mientras el otro parece celebrar haber perdido cinco escaños y firmar el peor resultado de su historia por el consuelo que le supone ser segundo a más de cincuenta escaños del primero.
Aquí parece que nadie se ha equivocado. Aquí parece que nadie se hace responsable de no haber sabido medir la realidad de un país roto, manipulado y empobrecido que, según parece, tiene miedos que nos recuerdan a épocas caciquiles que algunos creían enterradas.
Miedos seguramente absurdos como ese temor a no estar en una estructura europea, poco democrática, que está en manos de los poderosos y de las grandes corporaciones que, al final, son las dos caras de la misma moneda. O miedos irracionales a perder lo que no se tiene, como seguramente le ocurre a una presunta clase media que ha sido sometida a un brutal proceso de proletarización. O sea, puro acojonamiento.
Frente a ello, sólo el vaivén de unas fuerzas de izquierda o centro izquierda que se han dedicado únicamente a dar bandazos a diestro y siniestro; bueno, en realidad, sólo a diestro porque no se han conocido los movimientos a babor que, en definitiva, parece que son los que se han quedado en casa.
Unas fuerzas de izquierda que han hecho una campaña que la historia no les perdonará y que les ha convertido en los protagonistas de ese Duelo a garrotazos de Goya mientras en la cueva de Alí Babá se partían de risa fumándose un puro de los buenos.
¿Y ahora qué? En la noche electoral preguntaba una joven simpatizante socialista que cuál era ahora el plan. Me entraron ganas de contestarle que el plan era seguir haciendo el gilipollas pero me pareció una crueldad innecesaria y una aportación poco científica.
Yo no sé cuál es el plan de todos aquellos que conforman el espacio teórico de la izquierda española, pero sí sé que deberían hacérselo mirar.
También creo que mientras no se hagan refundaciones ideológicamente claras, hay pocas probabilidades de que este país mire hacia su izquierda con esperanza y libre de miedos.
También creo que va a ser muy difícil y, por lo tanto, sólo nos queda aquello de paciencia y barajar.