Claramente la sangría socialista se produce por un ala izquierda que se pasa con armas y bagajes a una fuerza emergente a la que ven como mejor sostenedora de principios y valores que sienten traicionados.
Aunque eso de «Podemizar al PSOE» pueda producir un escalofrío en algún ultraortodoxo, la intención es simplemente hacer un somero análisis de los datos que nos aportan las cuatro últimas citas a elecciones generales que, por cierto, han coincidido con lo más duro de nuestra bien alimentada crisis y con el desplome de la representación parlamentaria del partido socialista. Todo ello con la única intención de aportar algo de cara a lo que ya se viene reconociendo como una necesaria revisión en profundidad, por no hablar de refundación que es algo que a algunos les produce urticaria.
La tesis parte del reconocimiento de que en España, tradicionalmente, se produce un fenómeno de polarización en dos bloques, más allá del número de partidos que los compongan. Dos bloques sistémicos a los que, por simplificar en tiempos de transversalidad, llamaremos de izquierda y derecha.
El análisis de los datos que aparecen en la anterior tabla no pretende ser exhaustivo sino clarificador y por eso no se afina con la inclusión de los distintos sectores nacionalistas que podrían estar en cada uno de los bloques, ni con las fuerzas políticas que se suelen agrupar con la palabra “otros”. Tampoco incluye, aunque no obvia, los datos de UPyD en 2008 y 2011 por la posible transversalidad de su adscripción, ni los escasos votos de C’s en 2008 por su irrelevancia e indefinición en ese momento.
Como sabemos, estos dos bloques se han ido alternando como hegemónicos a lo largo del tiempo, acelerándose las alternancias desde 2008 a 2016 como vemos en el gráfico donde en cada cita electoral cambia el bloque dominante.
Lógicamente, cada bloque tiene su propia fuerza básica. En la derecha el PP, incluso sin ningún partido de acompañamiento, y en la izquierda, el PSOE aunque declinando progresivamente.
Y es, precisamente, esa pérdida progresiva de votantes. que le ha hecho perder más de la mitad de los votos con los que contaba en 2008 (la segunda legislatura de Zapatero) y casi la mitad de su porcentaje de participación, la que obliga a una reflexión sensata y realista si, de verdad, se quiere recuperar la potencia hegemónica que se tenía y se quiere huir del peligro de pasokización que asoma por debajo del 20%.
El gráfico es suficientemente expresivo. De una posición cómoda en 2008 con un acompañamiento testimonial de IU, se pasa al batacazo de 2011 en el que se pierden de una tacada más de cuatro millones de votos que, claramente, van a IU, a UPyD –que aún existía y que, conscientemente, no se incluye en ninguno de los dos bloques– y, sobre todo, al incremento de la abstención. Dado que aún no estaba en el tablero de juego, lógicamente no podían ir a Podemos, pero el 15M estaba en plena ebullición y no sería aventurado proyectar una sombra morada sobre ese bloque que apenas sobrepasa los ocho millones y medio de votos.
A partir de ahí, el 20D de 2015 supone la casi recuperación del voto del bloque de izquierda y la explosión de Podemos y Confluencias que, prácticamente, empatan en votos con los socialistas. Después, el reciente 26J de 2016 muestra cómo el bloque de izquierdas vuelve a perder la hegemonía mientras parecen consolidarse dos fuerzas muy parejas con Unidos Podemos cayendo más que el PSOE.
Esa es la realidad y es esa realidad la que contesta a la gran pregunta de por qué el Partido Socialista se encuentra en una posición de extrema debilidad.
El PSOE no ha perdido casi la mitad de su electorado natural por su derecha puesto que tampoco el bloque azul experimenta una subida apreciable. Ni siquiera podemos pensar que haya habido un gran trasvase a los “moderados” Ciudadanos que también están con el freno puesto. Claramente la sangría socialista se produce en el ala izquierda que se pasa con armas y bagajes a una fuerza emergente a la que ven como mejor sostenedora de principios y valores que sienten traicionados.
De ahí, la broma del título. De ahí que, a la vista de los datos, pensemos que el trabajo del nuevo Partido Socialista, si es que alguien se atreve a ponerlo en marcha, no es alertar del peligro a que lleguen los comunistas, los extremistas, los bolivarianos o los practicantes del pinzamiento. El trabajo del Partido Socialista, para recuperar su posición, consiste en conectar con los que se fueron, en asumir viejos valores, considerados antiguos por los tecnócratas neoliberales, y unirlos a nuevos principios y herramientas que han puesto sobre la mesa los odiados podemitas. Se trata, a mi juicio, de olvidarse de baronías acomodaticias, de mirar de cerca de las bases, de modificar los procedimientos congresuales, de despojarse de bobería solemne y de recordar quiénes son los nuestros.
Es evidente que se han perdido casi seis millones de votos en ocho años y que esos seis millones de votos no han ido a la derecha. Están donde están y están por lo que están.
Los suelos electorales, en realidad no existen y todos los caminos pueden quedar abiertos, incluso los que conducen al precipicio.
Y si hay que hacer una travesía en el desierto, téngase en cuenta que, al llegar al cruce, hay que coger la desviación a la izquierda.