El poder transformador del gobierno local
12 jueves Ene 2017
Escrito por Juan Santiago * Opinión, Ecos radio
Lo que distingue al buen gobernante local, por encima de cualquier otra cualidad personal, es la capacidad para transformar la realidad más inmediata.
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La administración local, el gobierno municipal, es decir, la posibilidad de ser alcalde o alcaldesa o pertenecer a una corporación municipal tiene algo que es enormemente gratificante y que lo diferencia de otras instancias políticas.
Me refiero a la capacidad que otorga para actuar sobre la realidad social y física más inmediata – la de tu propio pueblo – y transformarla de una manera rápida, de forma que te permite comprobar y convivir con esa transformación y ver cómo el resultado influye sobre las condiciones de vida de tus vecinos, de la comunidad de la que formas parte.
Es esa posibilidad que te da de imaginar, gestionar y poner en práctica proyectos o servicios, no excesivamente costosos, pero que suponen mejoras sustanciales en la calidad de vida de las gentes que te rodean y a las que ves todos los días.
Así, el paso por una corporación te permite – yo diría que te exige – hacer transformaciones directas sobre la realidad física. De este modo, nacen paseos marítimos o fluviales sobre los que pasear, casas de cultura que permiten un acceso libre y democrático a los bienes culturales, nuevos ayuntamientos, polideportivos, pabellones, centros de promoción empresarial, polígonos industriales, piscinas, carreteras, viejas calles que se remozan y todo un sin fin de actuaciones que, al final, cuando acaba el mandato, diferencian al gobernante capaz de transformar del incapaz de hacerlo y al gobernante que se distingue por ofrecer nuevos servicios a sus conciudadanos de aquel que lo que hace es eliminarlos.
No concibo al gobernante local que al inicio de su mandato no marca tres o cuatro proyectos relevantes que definan su modelo de ciudad o concejo y que vayan dirigidos precisamente a esa transformación, a ese salto adelante que todos los municipios necesitan.
Y es que, si no se hace así, si ese caminar hacia una continua mejora se detiene, lo que en realidad se produce es un empeoramiento en la prestación de servicios y condiciones de vida, siempre en perjuicio de los ciudadanos.
Conocemos casos de legislaturas completas en las que no se ha llevado a cabo ni un solo proyecto relevante como no sea la demolición de algo ya existente y, por eso, hay que resistirse con uñas y dientes a que esa inercia pueda continuar y se convierta en el camino habitual.
Los municipios no viven de buenas y vacías palabras, ni viven de cariño y buenas intenciones. Tampoco viven de pan y circo.
Los pueblos, las villas, los concejos viven de proyectos que los hagan avanzar, que los transformen en algo mejor y con más servicios porque – sobre todo en los pueblos pequeños – cuando un servicio se pierde, se pierde, además, una parte de la población.
Sin capacidad de transformación no hay posibilidad de buen gobierno. Sin capacidad de imaginación, diseño y gestión de proyectos transformadores en beneficio de la gente, habrá – o no – personas amables, sonrientes, simpáticas, cariñosas y entusiastas, buena gente, en definitiva, pero, desde luego, lo que no habrá será un buen alcalde o una buena alcaldesa.
Que es lo que, de verdad, hace falta.