La conjura acabó en un auténtico aquelarre. El problema no es sólo el espectáculo ofrecido sino lo que se anuncia detrás de él. La sensación es que podemos estar sólo ante el principio.
Si alguien, tras el aquelarre del 1 de octubre, cree que en el PSOE lo peor ya ha pasado, sin duda deberá repensar esa creencia porque olvida, básicamente, la aplicación inexorable de aquella ley de Murphy formulada en el sentido de que todo lo que es susceptible de empeorar acaba necesariamente empeorando.
Desgraciadamente, no se trata de una más de las muchas bromas que, a cuenta del día de los cuchillos largos, se han ido sucediendo, sino de la constatación de que están sobre la mesa una serie de indicios que conducen al nefasto presagio.
El primero es la propia chapuza perpetrada por los presuntos vencedores a partir de la “dimisión” de los miembros de la ejecutiva y que aquí calificamos como propia de Pepe Gotera y luego Borrell atribuyó a un sargento chusquero que luego, a su vez, degradó a simple cabo.
Es bien sabido que las chapuzas nunca acaban dando buen resultado. De hecho, una chapuza es para la RAE “un trabajo hecho mal y sin esmero” y, curiosamente, en México la palabra sirve para designar a una estafa.
Esta chapuza, consistente en retorcer la legalidad estatutaria para hacer decir a las normas lo que no dicen y en acabar creando una gestora que desprende un claro tufo de ilegalidad, a lo único que puede conducir es a que se siga en una espiral “interpretativa” que sirva lo mismo para un roto que para un descosido (ahora que está todo el mundo en el cuarto de costura) y que facilite a cada uno la posibilidad de justificar lo injustificable. Sobre todo porque había formas de hacerlo bien y de defender las legítimas opciones dentro del marco de los Estatutos.
Por cierto, no menos chapuza, digna ahora de Otilio, fue la perpetrada por las huestes del dimitido con la votación vergonzante, unilateral y de tapadillo que pretendieron.
El segundo indicio es el aparente olvido de aquel principio básico que sostiene que nada une más que un enemigo común y que, una vez que desaparece esa argamasa, los ladrillos caen y vuelven a su posición original.
No hay más que ver y repasar las posiciones anteriores de los propios barones críticos con Sánchez para entender que, una vez “desaparecida” la razón que los unía, poca unanimidad queda en relación con sus aspiraciones orgánicas y con sus posiciones estratégicas de cara no sólo a la gobernabilidad de España, sino a sus propias gobernabilidades.
Otro indicio claro es la división existente dentro de varias federaciones a la hora de votar el sábado de pasión. Algunas, como Valencia, partidas al medio y otras, como la Asturias del propio Javier Fernández, con batallas ya planteadas de cara al inmediato futuro.
Nada digamos de la cuestión catalana con el PSC amenazado literalmente por los jacobinos andaluces y extremeños y con una clara determinación de mantener sus posiciones frente a Rajoy. Téngase en cuenta que tradicionalmente, y siguiendo con la metáfora de la costurera, los pespuntes que unen a los socialistas catalanes con el PSOE federal son tan delicados que un tirón a lo bestia, como sugiere algún andaluz, puede producir un desgarro en el tejido que sea prácticamente definitivo.
Tampoco digamos nada de la posición del Grupo Parlamentario, perfectamente partido y pendiente de la sangría catalana.
Claro que, para desgarro, y ese es el peor indicio, el que se ha producido dentro de una militancia que apenas podía creer lo que estaba pasando. Miles de buenos y leales militantes, sensatos y discretos, asisten con el ánimo encogido a un espectáculo del que, ciertamente, no son merecedores. Personas con servicios acreditados y competencia demostrada asisten con estupor al vocerío de un puñado de mediocres camino de un campo de minas que puede hacer saltar todo por los aires.
Tomaré prestadas las palabras de alguien de quien tengo la más alta consideración para afirmar que se trata de personas que desean para su partido el gobierno de la mejor gente, más brillante y cualificada, que asumen que seguirán estando en penosa minoría frente a quienes prefieren la fidelidad absoluta y ciega a la lealtad exigente y que, aún así, conviven con sus compañeros con la humildad que resulta obligada.
El problema, para todos, es el tiempo de convivencia que pueda quedar.
Juan Santiago
P.S. Por cierto, recomendamos repasar la metáfora que Leopoldo Buiza dejó en Pedro Sánchez y la Guardia de la Noche