Maroto y el PP descubren la piedra filosofal y se ponen a dar lecciones teóricas sobre pirámides de población sin mirar, precisamente, a la población
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Estaba tratando de averiguar de qué iba yo a escribir hoy y la verdad es que se me planteaban algunas dudas.
Como en estos días lo que se lleva es hacer balances del año que termina, me dio por pensar en el annus horribilis del Partido Socialista — que se presta mucho a ello — o en el annus tancredisimus del impermeable Mariano. Incluso me dio por seguir el hilo que propone Antón Losada y hablar de Podemos reconvertido en aquel Frente Popular de Judea que tantos buenos ratos nos dio en La vida de Brian.
Y en esas estaba yo cuando salió Maroto. Sí, Maroto, el del PP. El encargado de coordinar la ponencia social de su partido de cara a ese apasionante e «incierto» Congreso que los populares están dispuestos a perpetrar en febrero para poner al día ese ensamblaje ideológico que ha dejado huérfano el amigo de Bush y para renovar de arriba abajo su estructura de dirección (o casi).
Pues sí, salió Maroto para decirnos que, tras un profundo ejercicio de investigación, habían descubierto la piedra filosofal, la madre de todos los problemas patrios que no es otra que el envejecimiento de la población.
A partir de ahí nuestro protagonista se pone estupendo y nos sermonea sobre conciliación de la vida familiar, tasas de natalidad o pirámide poblacional, haciendo loas, de paso, al baby boom del que se declara expresamente hijo predilecto.
¡Manda huevos! Y nos lo cuenta a nosotros que tenemos un doctorado honoris causa en pirámides truncadas y somos un mañuzo de viejecitos a los que sólo nos queda dar el coñazo como el abuelo Cebolleta.
Habría que decirle al ínclito Maroto dos cosas:
Una, rememorar aquel “Es la economía, estúpido” de la campaña de Clinton contra Bush padre para decirle que se deje de monsergas sobre tasas, pirámides y conciliaciones y se pregunte por qué la gente que no puede pagar sus hipotecas, que trabaja doce horas por el precio de cuatro o que, simplemente, no tiene trabajo, no se puede permitir el lujo de pensar siquiera en traer hijos a este mundo. A este mundo neofeudal al que nos están llevando las empresas y corporaciones que alimentan con fondos, más o menos claros, a fundaciones tipo FAES y a otras aves de rapiña que se les posan en el hombro como la Milana al Azarías de Los Santos Inocentes.
Y otra, precisamente al hilo de la extraordinaria película de Camus y de ese baby boom tan castizo y español que reivindica Maroto.
Mire usted, Don Javier. Usted, que es del 72, es un baby boomer tardío, de la parte final del fenómeno y a usted le pilló en Vitoria. Los verdaderos hijos del repunte demográfico son los de mediados de los sesenta porque el pico se produce en el sesenta y cuatro. Los verdaderos baby boomers son los que ni siquiera sabían que lo eran. Son los tres hijos de Paco el Bajo y la Régula que malvivían en los cortijos de Extremadura para cogerle las perdices al señorito Iván. Eran el producto de una injusticia permanente a la que no queremos volver ni aunque sea a costa de que no nazcan niños. De que no nazcan siervos.
Déjese de historias, Don Javier. Recursos, dinero, justicia e igualdad. Esa es la fórmula. Pónganla en práctica y verá cómo, enseguida, nos ponemos todos a parir.
¡Ah! Y por cierto, Feliz Año también para usted.