El pragmatismo, la aceptación de lo presuntamente inevitable, supone el adormecimiento de valores que están en la misma raíz de la democracia. Supone abrazar el cinismo como forma de acción política.
Es bien sabido que éste país se ha convertido, por mor de burócratas y neoliberales, en un lugar donde sólo tienen cabida conceptos como eficiencia, realismo, sentido común o previsibilidad.
Un lugar que aleja de sí, como si se tratara de manifestaciones de la peste bubónica, palabras como entusiasmo, ideales, esperanza o anhelo colectivo.
De ello ha sido buena muestra una campaña electoral, la del 26J, basada primordialmente en suscitar miedos. Miedo al otro, al desconocido, al que se aparta del carril trillado, al griego, al venezolano, al comunista. Miedo a perder lo ya imperdible. Miedo, en definitiva, a que otro administre nuestra miseria.
Muchos de los que ahora nos piden pragmatismo en lugar de ilusión se niegan a sí mismos. Niegan su propia trayectoria a la vez que niegan los principios e ideales que en un tiempo guiaron su acción política. Niegan los carteles verdes y llenos de luz, las llamadas a la ilusión o a la creación de nuevos espacios de convivencia. Se niegan y nos niegan no sólo tres veces, sino trescientas.
Por eso quería recuperar este viejo texto:
“Desde muy antiguo se ha insistido por clásicos y modernos en la necesidad del entusiasmo colectivo como exaltación de la confianza en la comunidad y en los ideales comunitarios. La necedad de oponer pragmatismo a entusiasmo, que implícitamente se está extendiendo, puede costarnos muy cara. No saldremos nunca de la necesidad de vivir entusiasmados por ideales colectivos que se asumen como ideales individuales que quedan en depósito hasta que la necesidad obliga a manifestarlos como testimonio de afirmación de aquello en lo que creemos. Así subsiste la idea de que una comunidad es algo más que una sociedad anónima, y que el Estado es algo más que un aparato gestor de los bienes comunes. El entusiasmo democrático puede caer e incluso perderse si continuamos con el mal ejemplo de alardear de pragmáticos como un procedimiento para sostenernos en el cinismo vulgar. Nadie que sea pragmático en el sentido que la expresión está adquiriendo en boca de todos, es propiamente ni, ciudadano, ni demócrata.”
Más de uno podría sostener que están perfectamente ubicadas estas palabras en el contexto actual. Y lo están.
Pero tienen treinta y ocho años de vida y se deben a la pluma de Don Enrique Tierno Galván que las escribió, ya como presidente de honor del PSOE, en junio de 1978.
Se publicaron en el diario El País (¡quién te ha visto y quién te ve!) y deberían sonrojar a más de un pragmático miembro de un partido serio y de gobierno.
Si el impulso democrático está en la santificación de la eficiencia y el pragmatismo o, como decía el viejo profesor, en el cinismo vulgar, algo está fallando. Y ese algo seguro que acabará partiendo el juguete en dos.