Está suficientemente acreditado que en política funcionan muy bien dos tipos de metáforas: las navales y las ferroviarias. Expresiones como cambio de rumbo, sujetar el timón, atravesar el Cabo de Hornos (por cierto, los cabos se rodean, no se atraviesan), detenerse en la estación o dejar pasar el tren, son muletillas retóricas muy queridas por oradores con ganas de adornarse y, en la mayor parte de los casos, con las mismas ganas de no llamar a las cosas por su nombre. Si a ello le añadimos las imágenes taurinas (tomar el toro por los cuernos o venirse arriba), el manual del orador político de medio pelo queda listo para la tribuna.
El último ejemplo nos lo ha dado la Presidenta de la Junta de Andalucía que ha dejado desde Toledo la imagen de esa esforzada militante, plantada en el andén de una estación, que ve cómo ha pasado sin detenerse el expreso de las primarias, pero que alberga la esperanza de que un nuevo convoy se acerque a su apeadero y se detenga ante ella para que pueda subirse y entregar al revisor ese billete que dice atesorar.
Olvida la señora Díaz que, en realidad, cuando dejó pasar el tren, ella no actuó como una pasajera que llega tarde por culpa de un atasco y ha de esperar al próximo, sino que su papel fue el de jefa de estación, de bandera colorada y silbato, que da la salida al maquinista al grito de “¡candidato al tren!”.
Olvida que su puesto no estaba en el andén como una pasajera más, sino en la sala de control desde donde se mueven las agujas que permiten el paso a unos y detienen a otros, según convenga.
Y olvida también que, como Presidenta de la Compañía Ferroviaria, puso a todos sus factores, revisores y maquinistas a trabajar para que ese tren, que según ella pasó, pudiera llegar al destino marcado sin incidencias y con la carga en perfectas condiciones.
Tal vez el problema está en que, como en la fábula de Esopo, los montes anunciaron con estruendo un asombroso parto y, al final, lo que parieron fue un ridículo ratón.
Como decíamos el otro día, bienvenidos al club.