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Foto Inma Mesa

Hace unos días, en «Rigor mortis«, analizaba lo que es, a mi juicio, una sobreactuación del Partido Socialista que le está conduciendo hacia una brecha de desafección ciudadana. No voy a repetir los argumentos. Lo que creo es que, dando un paso más adelante y a la vista de los últimos datos que ofrecen las encuestas, podemos afirmar que, al igual que se habla de que el uso masivo de las políticas de austeridad, conducen a un auténtico austericidio (término, por cierto, muy usado por Rubalcaba), el uso masivo del rigor y la condición de “partido serio y de gobierno” por parte del PSOE parecen conducirlo, sin remedio, hacia un, cada vez más probable, rigoricidio.

Los datos del último obSERvatorio de la Cadena Ser son apabullantes: en un contexto de crisis asfixiante, con más de seis millones de parados, con recortes en servicios básicos, con claras deficiencias del sistema democrático  y con un Partido Popular salpicado en su cúpula por la corrupción, nos encontramos con que, mientras los socialistas continúan desangrándose en intención de voto, el Partido Popular detiene, al menos de momento, su sangría, a la vez que los anteriormente llamados partidos minoritarios se acercan a pocos puntos porcentuales del sorpasso. A este respecto, recordemos, por si tuviera algo que ver, que estos partidos “minoritarios” sostienen los dos gobiernos autonómicos que conserva el PSOE.

La última muestra de esta extraña sobreactuación la ha proporcionado ese incomprensible y banal pacto por Europa que llevó a Rubalcaba a entrañables fotos en los salones de Moncloa. Decimos que se trata de un pacto banal porque apenas tiene un contenido reconocible y de cierta enjundia y porque lo más probable es que no tenga la más mínima relevancia en las decisiones europeas, si es que éstas llegan a existir.

Pero lo peor del acuerdo es lo incomprensible del mismo. Incomprensible desde los dos puntos de vista que se pueden considerar relevantes y que podrían justificarlo, es decir, tanto desde el el punto de vista estratégico como desde el punto de vista ideológico.

Estratégicamente, no soy capaz de adivinar cuál puede ser la ventaja que le puede reportar al Partido Socialista, más allá de esa engolada sensación que se quiere transmitir a la ciudadanía, de que estamos ante un partido serio y riguroso. Sensación que, por otra parte, no parece capaz de contrarrestar la que de modo más poderoso está hoy en la calle y que convierte a los dos partidos “mayoritarios” en las dos caras de la misma moneda. Es más, creo que el pacto lo que hace, precisamente, es ahondar en la percepción ciudadana que identifica y convierte en similares a las políticas y a los políticos de ambos partidos. De hecho, si alguna ventaja se traduce del “pactito” ésta irá en beneficio de los populares que lavarán un poco esas legañas que tienen de partido que gobierna en solitario y contra todos.

Y si esto es así visto desde la estrategia, desde el fondo de la cuestión, desde el punto de vista ideológico, se puede afirmar con rotundidad que el acuerdo, en terminología taurina, no tiene un pase. Y no lo tiene porque no hay en él nada que permita transmitir a la ciudadanía la esperanza de que, gracias a la aportación de una visión claramente socialdemócrata, se puede dar un sesgo en la marcha económica e institucional de una Unión Europea, en pleno retroceso democrático y manejada a su antojo por las élites financieras neoliberales y bajo la mano de hierro de gobernantes de derechas, fundamentalmente centroeuropeos, que desdeñan a las clases populares del Sur.

Para esto sirven el rigor y la seriedad. Para alejar más del proyecto socialdemócrata a una ciudadanía harta, perpleja y asustada. Para ahondar más en la brecha entre votantes y partidos, por un lado, y entre bases y aparatos, por otro.

Sinceramente, creo que hay mejores maneras de suicidarse políticamente que este rigoricidio al que parecen dirigirse entusiasmados unos dirigentes que han optado por una extraña y silenciosa prudencia en tiempos en los que los ciudadanos exigen soluciones a sus problemas de manera inmediata y en los que los militantes de base asisten atónitos a la adopción de decisiones que nadie se toma la molestia, no ya de consultar, sino ni siquiera de explicar. Luego vienen las encuestas y después vendrán las elecciones. A continuación, el llanto y crujir de dientes.

Juan Santiago