La participación ciudadana está muy lejos de procesos difusos y desordenados que pueden acabar en frustración para la propia ciudadanía

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Definitivamente, nada tiene que ver la auténtica participación ciudadana con la convocatoria de tormentas de ideas heterogéneas e indiscriminadas.

Absolutamente nada que ver.

La participación ciudadana es hoy un elemento imprescindible no sólo en el ámbito político sino incluso como parte obligatoria de procesos administrativos nacionales y europeos. Por eso es necesario ser riguroso a la hora de abordarla.

Por eso no se trata de ponernos presuntamente modernos o de establecer un perfil nuevo que nos distinga de lo antiguo, de lo ya habido. Sobre todo, si tenemos en cuenta que mecanismos como las Conferencias de Consenso o los Presupuestos Participativos datan de finales de los ochenta del pasado siglo.

Por eso, quienes creemos que establecer mecanismos efectivos de participación ciudadana es la mejor forma de reducir los déficits democráticos del sistema y, a la vez, de aumentar la legitimidad de ejercicio en la actividad de gobierno, tenemos que mostrar preocupación ante este tipo de convocatorias que, al final, pueden conducir a una banalización de los procesos y, como consecuencia de ello, al descrédito de los propios mecanismos.

Los procesos participativos, antes de nada, tienen que ser sensatos. Sensatos y equilibrados

Porque los procesos participativos, antes de nada, tienen que ser sensatos. Sensatos y equilibrados. Respetuosos con los propios ciudadanos que se merecen contar previamente con la información y las herramiemntas necesarias para formar una opinión fundada que de lugar a una deliberación equilibrada.

Porque, claro, si nosotros abrimos, en el ámbito de un pueblo pequeño y sin más preparación, un debate sobre el Tratado de Libre Comercio (nada menos) lo único que produciremos será un desequilibrio a favor de determinados colectivos que ya tienen las claves y la posición absolutamente definida y en contra del resto de ciudadanos a quienes sus gobernantes les han hurtado la información y la preparación necesarias.

Salvo que lo que, de verdad, queramos sea la creación de un “espacio ritual” sin más valor que la propia afirmación del activismo y utilicemos para ello a los ciudadanos.

Los procesos participativos, para ser efectivos, para que los ciudadanos los perciban como instrumentos útiles, han de construirse de manera sectorial y compartimentada, poniendo, previamente, a disposición de esos ciudadanos la información y las claves necesarias.

Porque no olvidemos que la responsabilidad de que esos procesos sean útiles no es de los ciudadanos, sino de los gobernantes. Por eso, no son de recibo expresiones del tipo “bastante he hecho yo con convocar; si la gente no quiere participar, es problema suyo”. No. Esa es una respuesta típica de quien practica una suerte de despotismo que olvida sus obligaciones y su papel en la vida política.

Dicen Font, Blanco, Gomà, y Jarque en un trabajo colectivo al respecto que “el reto está en abrir espacios de participación ciudadana que ofrezcan las condiciones necesarias para que los ciudadanos puedan construir opiniones suficientemente informadas y reflexionadas.”

Esa es la cuestión. Trabajar. Pero trabajar de verdad. Trabajar para que los ciudadanos encuentren los mecanismos para formar sus propios criterios basándose en el conocimiento y la reflexión.

Cosa que está muy lejos, desde luego, de convocatorias de tormentas de ideas que mezclan, sin datos previos, el botellón con el despoblamiento o el presupuesto, ya formado, con el TTIP.

Muy lejos de ocurrencias variopintas o de mezclas pintorescas.

Juan Santiago

 

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